sábado, 13 de junio de 2009

Mírame...



Era una noche de invierno de no recuerdo qué año. No importa el día, ni la hora exacta. Él había salido de trabajar y llegaba a su casa, un cuchitril a las afueras de la cuidad, pensando en qué habría en la nevera que pudiera cocinar. Mejor algo rápido, para pronto echarse a dormir y levantarse con el mismo cansancio de siempre para volver a la rutina...

Su vida era la misma desde hacía ya varios años. Se levantaba solo, tomaba un café solo, iba al trabajo, no tenía muy buena relación con los compañeros de la fábrica, comía solo, acababa el trabajo y varias veces a la semana hacía horas extras. No es que necesitara el dinero: al fin y al cabo, estaba solo. No tenía grandes gastos, no quería viajar a otros lugares, no quería ir a tomar cañas con los amigos… O sí, pero no podía porque, adivinen, estaba solo. Así que se dedicaba a trabajar en algo que no le satisfacía demasiado, pero al menos se le pasaba la vida sin enterarse. Llegaba a casa, encendía el televisor para pensar que estaba en compañía. Cenaba rápido y ligero y se quedaba dormido. Dormía solo. Se despertaba igual. Solo.
No siempre había sido así. Había tenido amigos, una familia, una novia. Hubo un tiempo en el que fue feliz. Ahora, ya no se pregunta qué espera de la vida. Desde que Carol le abandonó, nada ha sido lo mismo.

Un día, llegó a casa y vio que en el armario faltaba la ropa de Carol; tampoco estaba su cepillo de dientes, ni su perfume, ni sus barritas energéticas que tanto odiaba Pablo… Creía que se estaba volviendo loco. Fue el salón. Ahí estaba la realidad: una nota de Carol en el que simplemente le decía:

“Te quiero, pero no es suficiente”
¿Qué? ¿Acaso una vida en común no era un motivo sólido para estar juntos?
Y empezó a pensar en sus virtudes, en sus múltiples errores…
Y Carol… ahhh, para nada era perfecta. Ni él quería que lo fuera, pero ella le hacía ver el mundo distinto. Se había ido, y ni siquiera había tenido el valor suficiente para decirlo a la cara.
Así que Pablo se desmoronó. Sus amigos, los amigos de Carol, dejaron de preocuparse por él. Se acostumbró a la soledad.
Pero aquel día que volvía a casa, cabizbajo, se resbaló muy tontamente. Calló al suelo y alguien corrió hacia él:

“¿Estás bien?”


Levantó la cabeza, miró a aquella mujer. Le sangraba la nariz. A juzgar por el dolor, probablemente la tuviera rota.

“Ahora sí, estoy bien”

Hacía años que alguien no se preocupaba por él. No hacía falta más, aquella mirada fue suficiente para saber que ella no le dejaría caer nunca más.

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