Te levantas, te miras al espejo, ojeras, cara de cansancio aún habiendo descansado lo suficiente y… ¡oh, Dios mío! ¿Qué ven tus ojos? ¡Una arruga! ¡Una más! Y a partir de ahí… llega el pánico: no hay mejor medidor del tiempo que la evasión de la juventud. Rápido, ¡compra una de esas revistas “feministas” (no siempre femeninas) que tienen la solución a nuestra cara! Ahí empieza la ruina. Revista, dos euros con cincuenta, gracias. ¿Crisis?
No importa, vamos a buscar qué cremas recomienda la revista milagrosa y, otra vez, con prisas (el reloj corre en nuestra contra), a la tienda más cercana a por no uno, sino dos botes de la crema fantástica y reparadora. Contorno de ojos, crema antienvejecimiento antiarrugas, antimanchas… Anti-imperfecciones.
Cincuenta euros cada una, más o menos, contando hacia lo barato. Hombre, ya que nos ponemos, compramos en condiciones. Seguro que es mejor la crema más cara… por algo vale más, ¿no?
Has dado con la solución. Y, ya con más calma, a dejar que el potingue haga de las suyas. En los anuncios de la televisión dicen que los efectos se empiezan a ver en cuatro días. Perfecto.
El efecto lifting seguro que es eficaz. La modelo del anuncio sale monísima. Mucho retoque en postproducción, mucho foto shock y… poca edad, porque hay que ver lo joven que es la niña para anunciar cremas para mujeres de más de cuarenta. Tranquila, tú no pasas de esa edad, te quedan dos meses para entrar en la década más traumática de tu vida. Pasan cuatro días, dos semanas, un mes… tu ritual de belleza se mantiene, pero no los resultados. El segundero atormenta tu cabeza. Lees las entrevistas a las modelos…
“Bebo dos litros de agua al día, no me privo de nada, aunque los excesos trato de compensarlos, hago yoga y adelgazo porque siempre voy con prisas persiguiendo a mis hijos pequeños”.
“Vaya, yo que sólo como ensaladas, estoy siempre detrás de mis hijos, trabajo diez horas diarias y no estoy igual… ¿De qué marca será el agua que ellas beben?”
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